sábado, 15 de abril de 2017

Primera palabra de Jesús en la Cruz (Reflexión) (Lucas 23: 34) “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”




El arzobispo Augusto Trujillo Arango, en su libro “Sermón de las siete palabras”, describe el momento en que Jesús fue crucificado, un mediodía en el Calvario, cerca de Jerusalén. Los que pasaban le insultaban, se burlaban de Él, le injuriaban, repartieron sus vestiduras, echaron a la suerte su túnica. Pero, ¿cómo respondió Jesús a tanto agravio? Guardando silencio. Solo elevó a Dios esta oración: “¡Padre!, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Jesús, desde la cruz, oró por sus verdugos, disculpando su pecado con corazón magnánimo y noble; dando testimonio de aquello que había predicado… amen a sus enemigos y rueguen por los que les persiguen. El no tuvo rencor ni albergó venganza, por el contrario, imploró a Dios el perdón y la salvación para su pueblo. Por eso hoy es nuestro intercesor ante Dios. Por el sacrificio de Cristo obtenemos el perdón de los pecados.
El perdón que pidió a su Padre engrandeció su vida y con ello reveló una gran verdad: Dios es un Padre misericordioso, no desconfiemos de su amor infinito. El Señor nos enseña a perdonar, a disculpar los errores del prójimo, a dar amor a los enemigos, a olvidar las ofensas recibidas, a orar por los que nos persiguen y nos hacen mal, y a dar vida. “Nos saca de nuestros esquemas, de nuestra mentalidad calculadora, de nuestro corazón egoísta. Y nos muestra cómo es el corazón del Padre siempre dispuesto a acogernos para ofrecernos su gracia y su perdón” (Guzmán, 2007).
Delante de la cruz reconozcamos nuestra condición de pecadores y examinemos nuestra vida. Vamos a quitarnos la venda de los ojos o los lentes oscuros que simbolizan muchas veces el no querer ver la realidad, manteniéndonos indiferentes o al margen de las cosas. Es un deber examinarnos sobre el amor al prójimo, la comunicación con Dios, y los preceptos evangélicos del perdón y de la misericordia.
Asimismo, la Iglesia nos propone que tengamos en cuenta la oración, el ayuno y la limosna para vivir como vivió Jesús, para “vivir según la vida buena del evangelio” (Papa Francisco). ¿Somos sinceros con nosotros mismo sobre cómo vivir cristianamente?, ¿Realmente nos hemos preparado para vivir con Cristo el camino de la cruz en este tiempo y alcanzar la salvación? o ¿preferimos la oscuridad a la luz?
-          Dios nos llama a amar y muchas veces criticamos, odiamos, somos violentos, hacemos el mal a los demás, sembramos discordia, separamos familias o ponemos barreras al logro de la paz. No es la soberbia la que soluciona los conflictos, actuemos con los demás “de la misma manera como actúa Dios con nosotros” (Guzmán, 2007). Pidámosle a nuestro Padre que nos perdone y que por medio de Cristo llegue a nosotros la paz.
-          Dios nos llama a vivir en la luz y muchas veces preferimos las tinieblas; no queremos darnos cuenta de lo que pasa a nuestro alrededor para no meternos en problemas. Nos olvidamos de nuestros semejantes, de apoyarlos, animarlos, acompañarlos y cuidarlos en los momentos de tristeza y enfermedad; “tratemos a los demás con la misma misericordia que hemos recibido” (Guzmán, 2007). Pidámosle a nuestro Padre que nos perdone y que a ejemplo de Cristo aprendamos a servir a los demás.
-          Dios nos llama a compartir y muchas veces somos egoístas, rencorosos, poco sensibles al dolor humano y a ayudar a otros en sus necesidades. Pidámosle a nuestro Padre que nos perdone y que por medio de Cristo descubramos en cada uno el sentido verdadero del humanismo.

No seamos verdugos, ni enemigos. Reconozcamos la gravedad del pecado y tomemos conciencia de cómo obramos. El pecado es desobediencia, ofende a Dios y al prójimo, mancha el corazón y frena la vida. Debemos crear conciencia de la gravedad del pecado y de la necesidad de pedir perdón a Dios. Acerquémonos a otros y miremos a los demás como Jesucristo nos miró desde la cruz, con amor y perdón.
Nuestra experiencia de perdón comienza cuando somos capaces de mirarnos con la misericordia que Dios nos mira; sabernos amados, perdonados, reconciliados es un Don divino que Jesús nos invita hoy a "dejar fluir": Atrévete a dejarte mirar por la misericordia de Dios. ¿Qué podría sanar Dios en ti? ¿Aceptarías que Dios te perdone? Sólo cuando experimentes este perdón que sana y reconcilia, podrás mirar a tu alrededor y hacer lo mismo con quien te ofende o te ha ofendido” (Pérez, 2017).
No es fácil perdonar de verdad. En nuestra vida siempre tenemos una persona a la que debemos perdonar, o a quien pedir perdón, quizás empezando por nosotros mismos. El perdón siempre es una gracia, es un don muy grande, pero solo una auténtica experiencia del perdón puede sanar nuestras heridas y disponernos para perdonar a los demás” (Guzmán, 2007).
El perdón abre los horizontes a una vida nueva, a un mundo mejor. Nos da la oportunidad de estar en paz con Dios, con el prójimo, con nosotros mismos, con el mundo que se está destruyendo. ¿Qué sería del mundo si no existiera el perdón? ¿Si no existiera una mano extendida que pide perdón? ¿Si el que ofende a Dios y al prójimo tuviera que seguir siendo culpable? ¿Si nadie tuviera derecho al perdón?
Papa Francisco nos dice que “el Señor no se cansa de perdonar, somos nosotros quienes nos cansamos de pedir perdón”. Todos los pecadores tienen una promesa de salvación. Nadie está excluido del perdón y la misericordia, solo debemos pedirlo de todo corazón y buscar reconciliarnos con Dios. Él siempre responde al que lo busca. Deseemos y busquemos la salvación que Cristo nos ofrece desde la cruz. Recordemos, además, que para reconciliarnos con Dios primero es necesario reconciliarnos con el hermano, con el prójimo. Dios acepta la ofrenda de los que se reconcilian con el hermano.
A Dios le agradaría mucho que esta tarde de reflexión fuera un día de perdón fraternal. Invoquemos al Padre que está en el cielo, que es bueno con justos y pecadores, que perdona, que acoge a sus hijos, que comprende el fondo de la maldad que hay en el corazón humano, y digamos con corazón contrito y humillado:

“¡Oh Dios!, reconocemos que hemos pecado contra ti y contra nuestro prójimo; contra nosotros mismos. Perdona nuestros pecados, Señor. Concédenos alejarnos de todo aquello que no sea digno de ti. Infunde en nosotros la alegría y el gozo de sentir en nuestra vida tu perdón y misericordia. Te damos gracias, Jesús, por tu entrega. Danos paz en nuestros corazones. Queremos ver tu luz y vivir tu palabra plenamente. Queremos identificarnos contigo. Jesús, quítanos por favor la venda de los ojos para poder verte siempre como eres. La paz del Señor esté siempre con nosotros. Amén.

YO TE PERDONO
Referencias:

Guzmán, E., cmf. (2017). Comentario al evangelio del martes, 21 de marzo de 2017. Recuperado de Ciudad Redonda en http://www.ciudadredonda.org/lectura/homiliapdf/id/2592

Instituto Fe y Vida. (s.f.). Las últimas palabras de Jesús: Un retiro de Cuaresma. Pastoral Bíblica Juvenil Católica. Recuperado de http://www.bibliaparajovenes.org/files/u1/documentos/RBG/Las-ultimas-palabras-de-Jesus.pdf

Pérez, H. M., Pbro. (2017). Reflexión al evangelio del martes, 21 de marzo de 2017. Recuperado de http://www.facebook.com/evangelioyvida

Trujillo Arango, A. (1998). Desde la cruz: Sermón de las sietes palabras. Recuperado de https://books.google.com.pr/books?isbn=9586923533

Trujillo Arango, A. (1993). El sermón de las sietes palabras: Dos sermones sobre la paz. Recuperado de https://es.scribd.com/doc/104531282/Trujillo-Arango-Augusto-El-Sermon-de-Las-Siete-Palabras

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